lunes, 1 de junio de 2009

Taller de producción radial

Taller de producción radial
-Perci Alfaro Chambi
-Patricia Pari Cuentas
-Sonia Castillo Molina

La sirena de Huaquina

Juli el pueblo mas antiguo de la meseta del altiplano, declarada como la capital arqueológica de la región Moquegua Tacna puno, es uno de los bellos lugares y joya turística del sur peruano. Posee un vasto y ampuloso patrimonio de arte folklórico, arqueológico. Una hermosa cultura oral nativa, innumerables paisajes pintorescos: uno de ellos es el acantilado de Huaquina, situada en las faldas del cerro Sapacollo y bañada por las aguas del lago Titicaca.
La leyenda cuenta que en las postrimerías del siglo XVII y albores del XVIII durante la época del coloniaje, vivía en Juli un melancólico anciano cacique de nombre kariapaza, que evocaba con mucha nostalgia la grandiosidad y esplendor de su poderoso gobierno. El, había sido despojado de su cacicazgo por los colonizadores españoles que llegaron a Lundayani, antiguo pueblo predecesor de Juli, después de la conquista del Perú por francisco Pizarro.
El soberano indígena, pese a estar investido como jefe supremo de su reino, estaba en condición de cautivo en su propio pueblo. Solo y la compañía de su hermosísima hija , princesa única, que había crecido lozana, sosegaba sus penas y era la esperanza y aliento para sobreponerse a la odisea del despojo y sufrimiento.
A la inversa, el invasor hispano siendo corregidor (hoy gobernador) y representante del rey de España gozaba de todos los privilegios, hegemonía, enseñoreándose en los territorios colonizados.
Por triste paradoja e ironía del destino, el corregidor era padre de un gallardo joven, que al igual que su progenitor disfrutaba de preeminencias y prerrogativas. Acostumbraba salir de cacería y una mañana que oteaba en busca de presas que cazar, fortuitamente logro ver a la hermosa joven indígena que relumbraba encantos. Era la hija del cacique. Sus ojos posaron fascinados por la beldad y tras varios intentos de cortejarla con delicados piropos, logró granjearle la amistad y confianza. En los primeros momentos, ambos se contemplaron embelesados, naciendo en ese instante el amor, seduciéndose mutuamente.
Los sublimes sentimientos del idilio crecían conforme transcurría el tiempo. Ni el distinto linaje del que procedían fue impedimento, ni escollo para amarse.
Cierto día de cita y paseos furtivos por las afueras de la comarca, momentos en que estaba el sol en el cenit, sin advertir y distraídos por sus arrullos amorosos se aproximaron a las cercanías del endemoniado paraje de Huaquina. Desde la cima del abismo, sin desearlo, vieron en las aguas del lago una gigantesca serpiente que avanzaba inexorablemente hacia la bahía. Su extraordinario serpenteo agitaba el agua produciendo olas. Se detuvo por un momento buscando victimas que engullir, como alimento. Cuando la enorme serpiente retornaba o descendía a las profundidades, con sus jadeos producía remolinos de espumas y dejaba sobre la superficie millares de pompas color tornasol que reflejaba los rayos solares.
Los enamorados aterrorizados y agazapados tras las rocas se estrecharon mas y mas. Era la hora aciaga del encantamiento,.tras soportar con sopor la impresión fugaron del lugar con los rostros pálidos y temblando enmudecidos. Pasado el percance, el romance de dos razas, la del español y una princesa indígena se fortaleció en la esperanza de unir sus vidas con el matrimonio. Pero, un día inesperado cuando más se amaban. Llego una orden del virrey. En la cedula real se dispone que corregidor e hijo de urgencia retornen a España y sin ninguna objeción se vieron obligados a viajar para nunca mas retornar dejando corregimiento y amada.
Los enamorados, previo al enlace idílico, entre lágrimas y manifestaciones de honda tristeza, juramentos de amor eterno se despidieron, lo que resultó simples sueños quiméricos. Inconsolable decepción y una anonada resignación se apodero de ambos, con la mayor incidencia de la princesa que desconsoladamente irrumpió a llorar, llorar, como si fuera una plañidera, porque le habían arrebatado al galán de sus ilusiones.
Como queriendo acompañar a la tristeza y al llanto consternados de la bella, repentinamente el cielo se nubló desatándose torrencial lluvia acompañados de fuertes vientos que silbaban en uno y otro lugar.
Los ruegos y consuelos de su padre el cacique fueron infructuosos. Nada ni nadie pudo mitigar ni remediar el frustrado idilio y sin ninguna esperanza, la beldad desecha en llanto, abatida por la tristeza decidió ofrendar su vida a su amado que la dejó para siempre.
La fatal determinación la hizo recordar el diabólico paraje de Huaquina, a donde decidida se dirigió a suicidarse. Una vez en la cumbre del cantil, cegada por la desesperación se inmoló lanzándose a las aguas del lago Titicaca, desapareciendo en sus profundidades provocando un devastador oleaje, seguido de un espantoso retumbar. Era la recepción que le hacia el diablo convertido en la gigantesca serpiente que raudamente se perdió en las profundidades.
Instantes después, volvió la quietud y de las cristalinas aguas emergió una bellísima sirena, esbelto cuerpo de mujer y cola de pez, deslumbrando embelesos. La princesa suicida se había transformado en sirena, quien se mecía sobre las olas a los compases de un canto meloso que se oyó por todo el ambiente, extasiados a los que lo escuchaban. Mas a un la voz se escucho en la comarca de Juli, sobrecogiendo a sus pobladores.
El sol desde el infinito del cosmos, desplegando calurosa luminosidad, parecía complacido de contemplar el inusitado espectáculo de la conversión, acaeciendo justamente a las doce horas, momento aciago de encantamiento.
Mientras tanto la serpiente que observaba de lejos el suicidio, raudamente, provocando remolinos y marejados se zambullo perdiéndose en lo mas profundo de la sima sub. lacustre.
La sirena se enseñoreó de Huaquina y desde entonces en noches de plenilunio, a medio día y en ciertas épocas aparecía cautivando a los hombres que lograban verla. Se insinuaba para que la siguieran, pero cuando uno se le aproximaba misteriosamente se alejaba del lugar desapareciendo en Huaquina, ocasionando el ahogamiento o enloquecimiento de sus victimas.
Igualmente, se cuenta que cierta vez la sirena hizo su aparición en el centro de la plaza de armas vislumbrando una radiante e incomparable belleza. Su cautivadora belleza tentó irresistiblemente a un noctámbulo que subyugado y atraído la siguió hasta la Huaquina, teniendo como mudos testigos a la placida noche de luna y las estrellas que titilaban viendo al improvisado galán. Al amanecer del día siguiente al noctámbulo se le encontró durmiendo y abrazado de una roca morfohumana, en un charco de sangre. Había sufrido una terrible somnolencia.
Durante muchísimos años el paraje de Huaquina se había convertido en un lúgubre páramo que infundía miedo por lo que ninguna persona lo habito.
Con el correr de los años, los misioneros jesuitas que llegaron al Perú para evangelizar a los nativos al saber de la existencia de la sirena decidieron buscarla para destruirla.
Después de infructuosos intentos y prolongadas esperas, agazapados tras de piedras y arbustos lograron ubicar a la ninfa lacustre, quien con su canto melodioso y fatídico trató de tentar a los religiosos. Estos con cierto miedo y tras presenciar asombrados a la sirena, se pusieron a entonar cánticos de cristiandad, maitines. Musitaron oraciones y plegarias y con un crucifijo en la mano la retaron desafiándola. En coro y enfáticamente le gritaron: maligna hija del diablo, en nombre de Dios desaparece de nuestros ojos… bastos el intento de entregarle el crucifijo y la sirena, con un silencio sepulcral vertiginosamente desapareció en un remolino que se formó arrastrándola a las profundidades del lago para nunca más reaparecer.
El perjurio y el desengaño amoroso habían acabado con el espíritu de la hija del cacique juleño.